Confieso que soy una creyente devota de que las segundas partes siempre son malas, mucho más las terceras. Sin embargo, era sábado de tarde, llovía y lo único medianamente potable que el cable tenía para ofrecerme, era Matrix Revolution, y aunque ya la había visto, me acomodé en el sillón.
Al rato hice un zapping, el cielo se despejó un poco, me distraje con una llamada… Cuando quise acordar eran más de las once y tenía planes. Todavía tenía que bañarme y elegir la indumentaria; no era precisamente temprano pero sin embargo, revisé correo.
Ahí estaba: ese mail que no sabemos si es o no “correo no deseado”, pero que, sin duda, nunca debería llegar un sábado de noche; el mail de tu ex.
Mientras lo leía, francamente más preocupada por el inminente fracaso de mi noche que por el relato -y me preguntaba por qué seguíamos comunicándonos esporádicamente- me acordé de la escena del subte y una claridad tan inmaculada como la de los azulejos, invadió mi mente.
Es verdad, las segundas partes casi siempre nos decepcionan, pero aún a sabiendas de esta máxima, vamos a verlas. Si los créditos ya pasaron, ¿por qué volver al cine?
Ahí estaba el hindú diciéndole a Neo que amor no es una emoción humana, sino simplemente una palabra. Y con la misma cara de pelotudos que en la uno, ni Neo ni yo le creemos: ¿cómo que no hay cuchara?
Y volvemos al cine, una y otra vez, la misma historia. Y es que no vamos por la historia… Vamos por los efectos especiales.
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