28 de marzo de 2005

DEPORTES EXTREMOS

Las cosas que nos componen, son en el fondo la mayoría. Pero sucede que a veces, dejan de componernos para componer nosotros mismos esas cosas. Aunque suene a cosa de Bucay, a veces perdemos el punto de referencia. Y reencontrarlo, más allá de los dolores que el proceso pueda generar, es también un placer cotidiano. En eso ando.

Y por primera vez en mucho tiempo, estoy empezando a recuperar algo que solía componerme y que de apoco fui olvidado. Una sensación que solía sentir al correr hasta el calambre en bicicleta, entrar a un boliche con amigos o decir muchas veces todas las palabras censuradas por el word con mi prima en una amena reunión familiar.

Hacía mucho que no disfrutaba de esas cosas, y es un placer volver a disfrutarlas. Pensaba que era libertad, pero más bien creo que era y es vértigo. Y quizá la confusión cobre cierto sentido a la luz de esta descomposición que estoy viviendo.

Andar solo es un deporte extremo. Y esa forma de vértigo es también algo que solía componerme. Y no es que vuelva a ser la misma que hace tres años.

Pero también estoy escribiendo de lo que siento sin mayores pudores. Eso también, a esta altura, es una forma de vértigo. Estoy desarmando y armando al mismo tiempo. Estoy en un punto de inflexión. Y es irónico que sienta la misma seguridad y clama que hace tres años. Una clama por demás turbulenta. Pero toda descomposición es el principio de una composición que todavía no tiene forma, aunque acaso si tenga sustancia.

Y es también extraño que esté como volviendo a casa de un viaje fuera del cuerpo. Y reconociendo con cariño los viejos vicios, acaso viéndolos desde otro lugar.

También me siento descompuesta, también extraño, también duelo, también lloro, también suturo, también vuelvo a extrañar.

Es como volver a casa, pero con una mochilla llenísima de ropa sucia. Con la sensación de no saber que tesoros rescatar, qué limpiar y qué tirar a la basura. Y con la vertiginosa sensación de intuir o temer que de eso depende lo que vendrá. Con la certeza de que tiraré tesoros a la basura y gastaré los dedos en sacar manchas que de todas formas no van a salir. Y con la certeza de que mal o bien voy a tener las cosas en orden para el lunes. Y con la esperanza de que esta vez va a ser mejor que la anterior. Con la duda paralizante de empezar de una vez con la tarea. Con el impulso de hacerlo. Con la sensación de que ya empecé a hacerlo. Y con una fe extrema en que de algún extraño e inexplicable modo ya lo hice.

Si fuera verdad, ese sería el mayor tesoro que quisiera rescatar de esta mochila en descomposición. Que lo que uno quiere, llega solo. Llega sin que uno lo sepa. Llega sin que uno lo busque, sin que uno lo quiera. Y es por eso que seguimos maravillándonos de estar vivos. Ese es el vértigo: la sorpresa de estar vivos, la sorpresa de descubrirnos en el límite del miedo y el asombro, de la fragilidad y la belleza, del impulso de la bici y la fuerza de rozamiento, de la libertad y las limitaciones, de la condena y el placer. Ese es el vértigo: estar vivo. Estar vivo, y solo.


I`m on my own.

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